Estamos en la transición de un año para otro, como ocurre cada cincuenta y dos semanas. Es época en que la mayor parte de la población de esta parte del mundo festeja, generalmente con mesa abundante y en un clima familiar. Es tiempo de balance y planes para el futuro. Hay gente que recuerda fiestas de fin de año de otros tiempos y sus ojos se empañan al pensar en quienes estuvieron y ya no están. Hay gente que trabaja afanosamente para un empleador o por cuenta propia, pues fin de año es tiempo en que la población se ocupa de comprar, comprar y comprar. Están quienes viajan para conocer otros lugares y otros modos de celebrar este momento del año.
El concepto de año como ciclo de vida es antiguo. Hay señales naturales que indican la repetición de los ciclos naturales. El Sol aparece, recorre el cielo y desaparece con una regularidad fácil de percibir y determinar la sucesión de días y de noches. Los antiguos observadores de la Naturaleza, en las distintas culturas, pudieron determinar que los fenómenos naturales de lluvias, sequías, crecientes de ríos, frío, calor, floración, maduración de frutos… se repetían con cierta regularidad, guardando relación con la duración de los días y las noches. Precisamente, de la observación de los cambios cíclicos en cuanto a la inclinación del Sol y por ende de la duración del día y de la noche, fue tomando forma la idea de año solar.
También fueron tenidos en cuenta los ciclos de la Luna para tener una noción del paso del tiempo, sobre todo para determinar los momentos oportunos para las distintas actividades comunitarias. El calendario de los Incas respondía a la observación de los ciclos solares y lunares. Cada ciclo lunar indicaba características naturales y actividades a realizar, casi todas relacionadas con la agricultura y con la palabra Quilla (Luna) en la composición del nombre del mes. Doce meses componían un año, aunque el mismo comenzaba con el solsticio de Junio. Nos dicen que los mapuches también tienen el mismo concepto respecto al comienzo del año.
En Europa, luego de muchas mudanzas en cuanto al calendario basadas en la observación astronómica, se llegó a la imposición del Calendario Gregoriano, que sirve de guía en casi todo el mundo. Este calendario fue dispuesto por el Papa Gregorio XIII en 1.582. En el mismo, el año comienza el 1 de Enero, consta de tres años consecutivos de 365 días, seguido de un año con 366 días (año bisiesto). Los años múltiplo de 100 no son bisiestos, con excepción de los que son múltiplo de 400, por eso Febrero del año 2.000 tuvo 29 días.
Esas variantes de años normales, años bisiestos y años seculares, tienen por finalidad producir ajustes en la duración de los años, por que una traslación completa de la Tierra alrededor del Sol no coincide exactamente con la duración del año convencional.
Justamente, por el desfasaje entre el calendario anterior y el actual, es que la Nochebuena no coincide con el solsticio como era al implementarse el Calendario Juliano, en el que se tomaron las fiestas en honor a Saturno, que en el Imperio Romano se celebraban en el solsticio de Invierno, y se fusionaron con las creencias cristianas, atribuyendo a la medianoche del 24 de Diciembre el momento del nacimiento de Jesucristo. En el calendario Juliano, impuesto por el Emperador Constantino, ese era el momento del Solsticio. A partir del Calendario Gregoriano, la noche más larga del año para el Hemisferio Norte y más corta en nuestro Hemisferio, pasó a ocurrir generalmente el 21 de Diciembre, con los ajustes propios cada cierta cantidad de años.
Por muy sólidas y justas razones, muchos pueblos del mundo tienen fijado el momento de pasaje de un año a otro cada uno en distintas fechas, no siempre coincidentes con la medianoche del 31 de Diciembre como se nos ha impuesto a los países de esta parte del planeta.
En el mundo actual, donde son posibles y muy importantes las comunicaciones entre los países de todos los continentes, es de suma utilidad el uso de un calendario unificado. Por eso hay culturas que respetan su propio calendario tradicional o religioso pero usan el Calendario Gregoriano para relacionarse con las otras naciones.
Aún dentro del mismo país y con la misma fecha, hay distintas formas de conmemorar las fiestas de fin de año. La mayoría de la gente le da un sentido festivo, con mesas abundantes, con uso de pirotecnia y con bailes alegres. Otras familias dan a las fiestas de fin de año un sentido religioso y reflexivo. Hay quienes cumplen con ritos que veríamos como supersticiosos, pero que se basan en creencias antiguas. Hay modas que rinden buena ganancia a quienes venden los artículos que se consumen con tal motivo. Como en casi todas las naciones del continente americano, en nuestro país hay diversidad de creencias y costumbres.
El pueblo criollo es proclive a la religiosidad y a la fiesta, por eso vemos a nuestros paisanos fieles a las costumbres cristianas hasta cierto punto y luego entregados también al festejo consumista o por lo menos bullicioso.
Lo mejor que tienen estas fechas de fin de año son las reuniones de familiares y amigos, la renovación de buenos propósitos ante ese “borrón y cuenta nueva” que la gran mayoría se impone y el análisis de lo realizado durante el año que se termina. Siempre es bueno hacer una autoevaluación periódica, idear futuras acciones y tratar de ser mejores en el trato con el prójimo; mejores que lo que fuimos durante el año que acaba.
Don Sixto Palavecino solía decir: “En vez de pedir que el próximo año sea mejor, procuremos ser mejores nosotros durante el próximo año.”
28 de Diciembre de 2.010.