“No te mueras con los muertos,/ dejalos que ellos se ausenten./ Has de confiar en la vida,/ que es más fuerte que la muerte.” La chacarera Cáusay (Vida), de Rubén Palavecino, contiene interesantes reflexiones referidas a la muerte, ese misterioso punto final de la vida. En todo caso, esta chacarera se refiere a la vida y su punto final.
En las distintas culturas, a lo largo de los tiempos, aparecen señales indicadoras de las creencias populares respecto a la muerte. Los pueblos que creían en una vida posterior a la muerte, se preocupaban por conservar el cadáver y proveerlo de lo necesario para la vida que seguiría. En otras culturas los preparaban para un viaje, que podía ser extenso o solamente el cruce de un río muy peligroso.
En todos esos casos, hay una negación de la muerte absoluta, de la nada, de ese no existir tan difícil de asumir o de asimilar como idea. Nosotros entendemos mejor lo concreto, mejor si es visible y corpóreo.
En nuestros pagos criollos, donde coexisten las creencias traídas por las distintas oleadas de colonizadores e inmigrantes con las ya existentes, podemos encontrar muchas ideas populares respecto a la muerte, los muertos y su estado posterior a ese instante supremo. Es por eso que escuchamos expresiones variadas como: “Se nos fue”, por decir que falleció; “Nos está mirando desde algún lugar” o “Él está entre nosotros”, por entender que después de la muerte uno queda en un estado etéreo, parecido a la idea que se tiene de los fantasmas. También se cree que el muerto se manifestará físicamente de algún modo si hay algo que lo atormenta o si hay algo que quedó pendiente en esta existencia que conocemos.
Algunos de nuestros paisanos, en sus largas conversaciones alrededor del fogón o de una mesa, o durante los viajes de peones golondrinas, suelen abordar el tema, sobre todo si hay un fallecimiento cercano y reciente. Entre ellos se suelen escuchar conclusiones interesantes: “Nadie ha vuelto para contar”; “para mí es un misterio, pero no tengo apuro por averiguar”; “lo importante no es vivir mucho, sino vivir bien”; “no es triste morirse. Es triste no dejar buenos recuerdos…”
La muerte es un tema que ha intrigado a las distintas culturas e inspirado a los poetas. En el canto folclórico de nuestra tierra encontramos muchas referencias sentenciosas: “No hay hombre sin muerte”; “… que mi alma se lleve el corazón de mi tierra” (Pablo R. Trullenque); “No hay que envidiar al que anda/ detrás de su dinero,/ bien hecho si le alcanza/ para ganar el cielo” (Juan C. Carabajal); “… para vivir sufriendo, la muerte quiero.” “Muerte, si me andas buscando/ un favor te pediré:/ Dejame seguir cantando,/ llevame después.” (Julio Argentino Jerez).
Existen también algunas coincidencias que llevan a los pobladores hacia conclusiones apresuradas. Por ejemplo: en los atardeceres y noches de Octubre y Noviembre, el crespín suele soltar reiterados llamados por pareja, en forma de silbidos agudos distintos al habitual que le da nombre al ave. Para mucha gente, son silbidos de almas en pena, que piden la visita de sus seres queridos a la tumba para prender velas, rezar y colocar flores.
Estas ofrendas materiales y espirituales para los muertos son una parte importante de nuestra cultura popular, especialmente en los dos primeros días de Noviembre. En estos dos días, la población concurre a los cementerios en grandes grupos familiares. En algunos casos deben efectuar largos viajes para cumplir con su deseo y obligación. Hay gente que pasa la noche entera rezando y velando la sepultura del ser querido.
Cabe aclarar que aún entre la gente criolla “de antes” hay gente que no sigue las costumbres tradicionales y deja su visita al sepulcro de sus afectos para cualquier momento del año, u obra de cualquier otra manera, tal como se lo permite el nivel de libertad del cual goza. Todas las decisiones son respetables si no ofenden derechos ajenos.
Creencias hay muchas, afirmaciones ingeniosas, poéticas, bien fundadas y con mucha fe, hay bastantes. Si comparamos con las conjeturas respecto a la vida después de la muerte, observamos que muy poco se dice y especula en cuanto a lo que podríamos o deberíamos haber sentido en los tiempos previos a nuestro nacimiento. Posiblemente nos es más fácil entender el haber venido desde la nada que el ir hacia la nada.
Ya que lo posterior al instante de la expiración final sigue siendo misterioso y desconocido, y que tenemos la vida como algo verdaderamente palpable, posiblemente deberíamos dedicarnos más a la vida. Mejor aún si nos dedicamos a La Vida y no solamente a nuestra vida, velando por la buena vida de todos los que nos rodean, pues somos parte de ese todo llamado sociedad, y de ese todo llamado mundo donde convivimos con diferentes seres de otras especies que también merecen nuestra consideración.
Es bueno disfrutar de la vida: el aire que respiramos, el aire frío o cálido que sentimos y respiramos, el color del cielo y las flores, el canto de los pájaros, la satisfacción de un trago de agua, un mate compartido, una comida o bebida agradable compartida con nuestros afectos, el calor de nido que brindan la amistad y el amor familiar… la vida.
“Despedilos con afecto/ sabiendo que estás de paso,/ como se esconde la Luna,/ como el Sol en el ocaso.”
02 de Noviembre de 2.010.