“Se dio la lluvia en mi pago./ El monte a alegrarse empieza./ Todo a adquirir fortaleza/ y a resurgir renovado,/ y a quedar desdibujado/ el rostro de la tristeza.”
El poema Parachúntaj (Que llueva) de Don Vicente Salto, describe acertadamente y con belleza, los efectos que produce la lluvia en un ambiente como el de los montes santiagueños.
Don Cristóforo Juárez también expresa la alegría de los seres vivos ante la lluvia, en la chacarera Achalay, Tierra Mojada (Me voy como el benteveo/ toda mi dicha gritando./ Ha llovido sobre el campo/ y ¡achalay! Estoy cantando).
Los principales exponentes vitales de nuestros montes reaccionan con euforia después de la lluvia, pero es interesante observarlos también antes y durante el meteoro.
Los animales se inquietan antes de una tormenta. Las hormigas suelen estar particularmente activas, pues antes de la tormenta suelen emigrar hacia nuevos emplazamientos, cargando crías y huevos. Los ofidios buscan los terrenos altos. Algunas aves se ponen más bulliciosas. Muchos mamíferos se inquietan demasiado y se muestran agresivos.
Las condiciones atmosféricas previas a una tormenta afectan incluso a seres humanos. Entre las plantas también se dan fenómenos curiosos antes de un cambio de tiempo. El los pueblos hay distintas historias al respecto, como en nuestra región la leyenda de la flor de huíñaj.
Durante la tormenta todo se aquieta, para ceder el protagonismo a la ópera celeste de estampidos, destellos, serpientes refulgentes, viento y precipitación de agua. Las aves permanecen posadas, los animales que tienen guarida quedan a resguardo, los equinos buscan refugio o se posicionan mirando a sotavento. Todo calla, como esperando que la tormenta pase.
Después de la lluvia, el monte estalla en alegría. Las hojas y pétalos ser yerguen mostrando nueva vitalidad, los pájaros cantan con alborozo, especialmente los horneros con sus estentóreos duetos.
Los horneros aprovecharán el barro para construir nuevos nidos. Es notable cómo la casa de este pajarito aguanta los fuertes aguaceros.
Las hormigas también aprovechan el ablandamiento de la tierra. Apenas pasa la tormenta, miles de hormigas aladas se remontan en busca de nuevos asentamientos, donde deberán excavar rápidamente la vivienda de una nueva colonia. Ese vuelo multitudinario es una buena oportunidad para los pájaros cazadores de insectos, lo que aumenta la gran actividad posterior a la lluvia.
Después de las lluvias, los ofidios comienzan a reptar terreno abajo en busca de ranas y sapos que se reproducen en los charcos y lagunas.
El hombre de campo, acostumbrado a vivir adaptándose a los cambios naturales, en cuanto percibe las señales previas a la tormenta, pone a buen resguardo sus animales e implementos de trabajo, luego va a pasar las horas de lluvia tranquilamente conversando con su familia y descansando.
Después de la tormenta, habrá que ver si los caminos están transitables o si hay que solucionar algo, verificar si la estructura de la casa ha resistido como nido de hornero o no, y salir al campo para los laboreos posteriores al riego natural.
Después de la lluvia, los colores del monte y del cielo son más vivos y el ánimo se contagia de todo ese renacimiento.
En las ciudades, las tormentas causan diversos trastornos, como una prueba cabal del progresivo divorcio de la vida urbana con la naturaleza.
Tanto en el campo como en la ciudad, si aparece el sol cuando aún hay gotas en el aire, el cielo nos regala un hermoso arco iris.
Si uno lo mira con atención, el arco iris se parece a la vida: nace en la Tierra y finalmente vuelve a la Tierra, mientras que en el recorrido entre ambos puntos nos ofrece todos los colores, para que tomemos los que más nos gusten.
26 de Octubre de 2010.