“Cuando salí de Santiago, todo el camino lloré.” Añoranzas, de Julio Argentino Gerez, resuena en la mente del viajero que se aleja de la tierra de chacareras, mientras que en su corazón comienza a latir esa hermosa y dulce nostalgia que cantaba Pablo Raúl Trullenque. Los ojos vacilan entre el sueño y el llanto callado.
Parece que la tierra pasa hacia atrás y que desde el horizonte vienen hacia nosotros los nuevos paisajes, las otras tierras, donde habrá que atender los quehaceres mientras se espera la nueva oportunidad para volver a Santiago.
¡Qué grande es la Tierra! ¡Qué lejos que podemos llegar a estar del pago natal! Mientras uno viaja, se sumerge en pensamientos. Se mira a sí mismo, mira los montes, ríos y llanuras, observa ese cielo enorme cargado de estrellas y luna o de un sol esplendoroso, y se siente pequeño.
Sobre todo durante las noches estrelladas, uno puede descubrir o imaginar la inmensidad del espacio que circunda a La Tierra. Es necesario tomar consciencia del tamaño de nuestro planeta respecto al Universo. Una vez entendida la pequeñez de nuestro mundo, tratar de dimensionar nuestra real situación en este hermoso planeta, enorme a la par de nuestras ambiciones y envidias, a la vez que a la medida justa de nuestros mejores anhelos.
Cuando logremos comprender que, si consideramos los tiempos de vida del planeta y los tiempos geológicos, tal vez entendamos lo efímera que es la vida de un ser humano. Lo que para el Universo es solo un destello, para nosotros es toda una vida: nuestra vida. Una vida… nada menos que una vida.
Nuestro tiempo de vida es todo el tiempo que conoceremos. No podemos desperdiciarlo en tontas competencias dañinas. Debemos aprovecharlo ayudando a nuestros hermanos; ayudándoles a entender que ser felices es nuestra misión en la vida. Así tal vez ellos puedan enseñarnos a nosotros a ser felices, y nosotros a ellos, en un permanente y enriquecedor intercambio.
Enriquecernos, es uno de nuestros objetivos en la vida. Y es un objetivo válido. Cuanto más solidarios, amables, comedidos y caritativos seamos, más rico será nuestro interior. Cuanto más amor fraternal cultivemos, mayor será la seguridad para nuestro futuro. Los conocimientos importantes y, sobre todo, los buenos sentimientos, serán una rica herencia para nuestros descendientes. Si además hay los necesarios bienes materiales, mejor. Sería el logro completo alcanzar la suficiencia material sin perder la riqueza interior.
Hay nuchas definiciones para la palabra Felicidad. Podríamos intentar definirla como el equilibrio en nuestra vida. Y bien podríamos intentar llevar una vida equilibrada; procurar que el equilibrio entre el espíritu de lucha y el conformismo sea nuestra felicidad. Que seamos felices respetando al prójimo sin permitirle abusos. Que aprendamos a valorar y disfrutar el mundo que nos rodea. Más que ajustarnos a determinado modelo de felicidad, que consigamos sentirnos felices, y así logremos que quienes se acerquen a nosotros sean felices por ello.
Así, mientras el vehículo devora distancias, cada vez más lejos de Santiago, el viajero va meditando, sacando sus conclusiones, planteándose futuras acciones y planeando el regreso. Los viajes son buenos para el pensamiento profundo, para la observación de los paisajes que pasan ante nosotros. Incluso uno puede viajar cantando mentalmente, como un modo de estirar los días de vacaciones y ejercitar la memoria con las letras cancioneras.
Ha sido corto el tiempo para visitar a los familiares y amigos como uno habría querido. Además, había que atender trámites y no perderse las fiestas. Ha sido necesario quitarle tiempo al descanso para poder hacer alcanzar el tiempo. El cuerpo pide recuperación de horas de sueño. De paso, el viaje parece abreviarse.
Estamos llegando a destino. Nos planteamos qué hacer por nuestra Patria Chica de ahora en adelante. Lo que el viajero debe hacer en tierras lejanas es divulgar Santiago; ser un referente de lo que es el santiagueño. Así no va a estar solo. Así va a conseguir nuevos visitantes para el pago querido, que tanto quiere que vengan a conocerlo.
Desde lejos, se tiene una perspectiva del pago ligeramente distinta que cuando se está en él. La vista desde la distancia es un buen complemento para las percepciones directas. Las comunicaciones, que ahora son más fáciles y fluidas que hace unas décadas, permiten que, entre los que están en la querencia y los que están lejos, vayan formando una imagen bastante nítida de lo que queremos que sea nuestro terruño.
Un atardecer, en esa hora en que los pájaros vuelven al nido y la nostalgia golpea con más fuerza, el migrante mira al Inti, que se acuesta más allá del horizonte. Entonces descubre que el sol está entrando hacia Santiago, como si fuese que va a posarse allí. Ahora sabe hacia dónde va a mirar cada vez que tome la guitarra y cante una de esas chacareras, zambas o vidalas que tienen olor y sabor de monte santiagueño. Será su modo de volver por un rato.
Después, llegan los aniversarios y conmemoraciones de todos los años. Cuando a fin de año, el santiagueño viajero se haga el planteo los logros para el siguiente año, uno de ellos seguramente ha de ser el de hacer algo más por sus familiares y coterráneos, aún desde la distancia.
Cada vez que piensa en cómo quiere su futuro, piensa el deseo de estar pronto en un lugar feliz, de gente sanamente alegre, encarando sus problemas con fe y resolución... y que ese lugar sea Santiago del Estero.
28 de Julio de 2.010.