Por Crístian Ramón Verduc
15/06/2010
Artigas enseña/ a no encender el fogón./ Que no deje seña/ de su posición.

Estas coplas simples y muchos otros escritos en verso y prosa, denotaban la admiración y el afecto de “El Negro Ansina” por su amigo y compañero de armas José Gervasio Artigas.

Es que Artigas había comprado a Joaquín Lenzina, descendiente de africanos esclavizado por portugueses, lo había liberado y así es como el llamado Negro Ansina se había convertido en su amigo y cronista para toda la vida.

José Gervasio Artigas es, muy merecidamente, el prócer máximo de la República Oriental del Uruguay. Como a muchos otros grandes hombres de nuestra Historia, le está faltando el justo reconocimiento argentino. Es que el hombre era federal, y en nuestro país federal no hay mucha cabida para los federales.

Artigas, aunque nacido en una acaudalada familia montevideana, fue un hombre de campo, de a caballo, amigo de los charrúas primero y luego también de los guaraníes. Desde la orilla izquierda del Río Uruguay hasta el Océano Atlántico, en esas tierras que fueran habitadas por el charrúa, desde el Siglo XXVI se sucedieron las ocupaciones por parte de España, Portugal y el imperio luso brasileño, sin contar con los deseos de los criollos. Las fronteras avanzaban en forma alternada hacia el sur y hacia el norte.

Esas fronteras difusas vieron al adolescente Artigas viviendo aventuras de muchacho jinete y apegado a esa Patria que más amaba cuanto más la conocía. Fue soldado y después Capitán del Cuerpo de Blandengues de Montevideo. En 1.800 participó en la fundación de la villa San Gabriel de Batoví, ciudad que ahora forma parte de Río Grande do Sul (Brasil). Colaboró con Pueyrredón en la primera invasión inglesa y preparó un grupo de 300 hombres cuando ocurrió la segunda invasión.

Una vez conocida esa Patria grande, le pareció al criollo uruguayo que era injusto que en la otra orilla del ancho Río de la Plata se concentrase el poder de decisión de la nación que se estaba formando.

Con caudillos federales de gran parte de nuestro país, formó la Liga Federal, que abarcaba Uruguay, Córdoba, Corrientes, Entre Ríos, Santa Fe y Misiones. En el Nordeste Argentino y la zona hoy brasilera conocida como Misiones Orientales, el brazo derecho de Artigas fue el brillante jefe militar y político Andrés Guaçurarí, recordado como el Comandante Andresito, Andrés Guazurarí o, erróneamente, Andrés Guacurarí.

José Gervasio Artigas nació el 19 de Junio de 1.764 en Montevideo. Su vida de aventuras juveniles y de luchas de adulto lo llevaron a recorrer gran parte de la Patria, reclamando por la independencia y la confederación de las Provincias Unidas del Sud bajo un sistema republicano. Sus propuestas fueron rechazadas sistemáticamente; sus acciones contra el centralismo porteño fueron condenadas, llegando el Director Supremo Gervasio Antonio Posadas a ofrecer una fuerte recompensa (con dineros públicos, claro) para quien entregase a Artigas vivo o muerto.

Cuando finalmente fue derrotado en combate, se refugió en el Paraguay, donde estuvo primero casi prisionero de su anfitrión el dictador Dr. Francia, y luego en una casa de Carlos Antonio López, Presidente del Paraguay. Como huésped de López vivió plácidamente sus últimos diez años, recibiendo muestras de afecto del pueblo paraguayo.

Dicen que quienes hablaban guaraní lo llamaban Caraí Guazú (Gran Señor). Este Gran Señor de la historia latinoamericana es debidamente honrado en el Uruguay, hay monumentos en su memoria en distintos países del mundo. En Argentina, país tan renuente hacia los federales, se lo recuerda especialmente en las provincias que formaron parte de la Liga Federal o Liga de los Pueblos Libres.

Es muy difícil que un hombre pueda llevar adelante un ideario contrario al de los grupos políticos que detentan el poder. No podía exigir igualdad de las provincias, libertad civil y religiosa, gobierno republicano y federal… ¡con sede gubernamental fuera de Buenos Aires!... ¡No, no podía pretender eso! Con semejantes pretensiones, los únicos que podrían comprenderlo, seguirlo y admirarlo serían los gauchos, los indios y los negros.

Tuvo que vivir los últimos treinta de sus ochenta y seis años en tierras paraguayas, donde recibió el afecto de los guaraníes, acompañado siempre por su amigo el payador Negro Ansina, que lo sobrevivió por diez años.

Hombre de acción, jinete de toda la vida, el prócer mayor de la República Oriental del Uruguay, a punto de expirar en Ibiray el 23 de Septiembre de 1.850, dijo: “Mi caballo… tráiganme mi caballo…”

15 de Junio de 2.010.

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