Por Crístian Ramón Verduc
12/01/2010

“Cuando no es sequía, es inundación”, se quejaba un cantor del nordeste brasilero. Otra vez dan ganas de decir como Los Hermanos Ábalos: “Casas más, casas menos...”

Varias provincias argentinas han salido de las penurias e incertidumbres causadas por una sequía de muchos meses. Ahora, están con el problema de lluvias excesivas. En algunos casos, hay quejas por la falta de previsión. Nada nuevo.

Se habla de que en años anteriores, estos fenómenos naturales no eran tan fuertes. Será cuestión de consultar a quienes trabajan con estadísticas meteorológicas y hacen la comparación de los datos. Nuestra memoria no siempre es buena, como lo demuestran las frases repetidas: “es la primera vez que ocurre” para referirse a hechos que son mas o menos reiterados en distintos ámbitos.

El hecho es que este verano se presenta lluvioso para muchas provincias argentinas, con ríos crecidos y poblaciones inundadas. Los antiguos pobladores ribereños se amoldaban a los fenómenos naturales. Es así que, en épocas de crecidas se alejaban del río, para volver con la bajante y aprovechar el suelo fertilizado.

Ahora no se puede hacer así, pues cada propietario está atado a su terreno y no puede avanzar o retroceder hacia donde están los vecinos. No siempre decir vecino es decir amigo. Quienes construyen en las costas, están expuestos a tener que abandonar la casa y marchar hacia la incertidumbre. La gran mayoría de los afectados por las crecientes suelen quedarse hasta último momento en la casa inundada, con la esperanza de que las aguas bajen. Irse significa exponer la propiedad al saqueo por parte de congéneres.

Al crecer las poblaciones, cada uno convive con más vecinos desconocidos, de los cuales algunos son gente de mal vivir, de malos hábitos. El hecho de ser poco conocidos permite a los malhechores obrar con más audacia. En una ciudad grande, donde no es fácil saber quién es un delincuente peligroso o acomodado político, el poblador llega a acostumbrarse a mirar para otro lado cuando ve a alguien cometiendo una falta. Bloqueado por la desvergüenza ajena y el temor propio, el poblador prefiere quedar en su casa inundada, aunque sea encaramado en el techo, para evitar el ataque de los muchos indeseables que aprovechan cada ocasión para robar. Después venderán ese botín a honestos ciudadanos que compran sin preguntar, con tal de que sea barato.

En las ciudades, suele haber inundaciones aunque no haya un río cerca. Suele ocurrir cuando los desagües están taponados o no son suficientes para la cantidad de agua precipitada o llegada de zonas más altas. Si los desagües no son suficientes, es una deficiencia de obra pública. Si los desagües están tapados, puede ser un problema cultural. Es cada vez mayor el descuido y caos en el tratamiento de residuos. Hay vecinos que arrojan la basura de la casa directamente en la calle, o la dejan en horarios en que no pasa el recolector. Los perros sueltos que deambulan por esas ciudades desordenadas, destrozan los recipientes y esparcen los desperdicios, que quedan así durante días. Cuando la calle se llena de agua, la basura hace de tapón en los desagües, con daño hacia los mismos habitantes que causaron el problema. Todos los vecinos deben caminar sobre lo que ellos mismos causaron.

Seguramente, las lluvias seguirán cayendo, los ríos han de seguir creciendo. Los ciclos naturales van a seguir repitiéndose. Corresponde a nosotros, los seres humanos, hacer que las consecuencias de los eventos de la vida no se vuelvan en contra de nosotros y nuestra descendencia. Deberíamos de una vez por todas comenzar a tener en cuenta que si sembramos flores, podremos cosechar flores, pero si sembramos basura, nuestra cosecha no será de nuestro gusto.

En el campo y en la ciudad, debemos reeducarnos para poder convivir entre nosotros y con la Naturaleza, con crecientes y con sequías. Es fundamental respetar la propiedad ajena: la del prójimo y la de la Tierra.

12 de Enero de 2.010.

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