“…no es vergüenza ser pobre, y es vergüenza ser ladrón.” La categórica sentencia de Martín Fierro marca una norma de conducta. Una filosofía de vida que también transmite a sus hijos al decirles que no se sobresalten por los bienes que perezcan.
La libertad de andar sin temor entre la gente, sin la vergüenza que provoca el ser mal conceptuado, es una riqueza inmaterial que supera al breve ciclo de una existencia humana.
Los logros personales pueden ser materiales o espirituales. La materia se transforma o cambia de ubicación. Incluso cambian las manos que eventualmente poseen esa materia.
En cambio, cuando alguien adquiere un conocimiento o sentimiento, no provoca en otros la pérdida de los mismos. Los bienes espirituales, además, superan a la efímera vida humana. Aún hoy podemos recurrir al legado cultural de sabios que existieron hace milenios. Su herencia no cambió de manos, sino que se multiplicó.
No por atender los valores espirituales, el ser humano ha de descuidar el aspecto material, sobre todo si ha decido formar una familia. “El trabajar es la ley/ por que es preciso alquirir…” Pero no hay que caer en la voracidad o la avaricia, pues éstos son males que esclavizan a la persona.
Nuestro primer y último capital material es el cuerpo. También hay que cuidarlo, aunque sin obsesiones, por que el descuido o la obsesión tornan frágil a la salud de uno. La falta de salud limita la libertad.
La vida del ser humano debe ser equilibrada y en armonía con la Naturaleza. La gente de los campos y los montes observa a diario el equilibrio de la Naturaleza, con cada planta o animal cumpliendo su función en la vida. El hombre tiene su rol que cumplir en la vida y puede decidir si lo va a asumir con alegría o si lo va a tomar como una carga o castigo difícil de soportar. Esta última actitud ante la vida nos lleva hacia los problemas. Pasamos a no estar conformes, a buscar quién es el culpable de la desgracia que sentimos. Buscamos afanosamente algo que pueda compensar nuestra insatisfacción. Nos fijamos todo tipo de metas, para desdeñarlas una vez alcanzadas.
Estos males afectan como salpicaduras a quienes se acercan a la desgraciada persona que cayó víctima de sí misma.
La persona que consiguió aproximarse al necesario equilibrio, será agradable al prójimo y tendrá una visión amplia del mundo.
Luego de una vida azarosa, plagada de viscisitudes, Martín Fierro se reencontró con sus hijos y, después de relatar lo suyo y escuchar la historia de cada uno de ellos, reconoce haber caído en excesos, mientras reclama por haber sido maltratado.
“El hombre no mate al hombre/ ni pelee por fantasía;/ tienen en la desgracia mía/ un espejo en que mirarse./ Saber el hombre guardarse/ es la gran sabiduría.” Una estrofa que no necesita ningún tipo de aclaración o agregado.
Finaliza Noviembre, mes en el que los criollos argentinos evocamos especialmente a José Hernández y la herencia espiritual que dejó con Martín Fierro.
Es una experiencia valiosa la de leer el poema hernandiano con los niños y los jóvenes. Luego de cada lectura, o de cada estrofa, es bueno comentar e intercambiar opiniones, comparar con lo que se conoce de la realidad actual e idear posibles soluciones para la porción de mundo que uno habita. Ese pequeño debate es ya un principio de solución para los problemas que puedan aquejarnos.
“Las faltas no tienen límites… Ningún vicio acaba donde comienza… Por igual es tenido quien con malos se acompaña… Siempre el amigo más fiel es una conducta honrada…”
Somos esencialmente libres para elegir el camino. La decisión es de cada uno.
24 de Noviembre de 2.009.