Habrá sido por ahí de 1.976 o 1.977, una noche fría de otoño o invierno. Había peña folclórica en El Rancho ‘i Mama, a un costado del canal Contreras López, cerca del arco de salida al sur de la ciudad de Santiago del Estero. Esa noche actuaban, entre otros, el Grupo Vocal Santiago, Las Voces del Mishqui Mayu, Pedro Pascual Sánchez, Don Sixto Palavecino…
El Rancho ‘i Mama estaba a unas cuatro o cinco cuadras de la casa de Don Sixto. Esa noche lo acompañaba en guitarra su hijo Rubén, o Cacho Lobo, o Chiquini Gómez… no es fácil recordar, a tantos años de esa noche. Tocaba el bombo Reymundo Bertolín. Al ser anunciado, Don Sixto llegó apurado y jadeante hasta el micrófono y explicó que venía corriendo desde su casa, por que se le había empacado el burro y no quería andar para traerlo. La broma fue festejada por la concurrencia y dio pie para una gran actuación, con El Canto del Tero y Ampisunaas Amorani como puntos culminantes.
Hace poco tiempo, en un gran festival folclórico nacional, una figura central llamó a una cantante para hacer dúo, pero en el momento de cantar descubrieron que el único tema en el que coincidían ya había sido interpretado por quien invitaba. Igual lo cantaron, con algunos tropiezos. Era una improvisación de último momento, evidentemente.
En otro festival, en otra época, Cuti y Roberto Carabajal invitaron a Víctor Heredia para cantar juntos. Ese trío que parecía recién armado sonó como si fuesen compañeros de años. “Estaba tan bien ensayado que pareció espontáneo”, dijo un músico que estaba entre el público.
Comentarios o impresiones similares producen los discursos de los buenos oradores. Ellos saben poner énfasis en el momento justo, al igual que el silencio previo a una estocada verbal. Saben cómo mover las manos, igual que dirigir la mirada a todos y cada uno de los presentes sin que ello parezca ensayado.
Toda pieza expuesta por un comunicador debe estar estructurada. La habilidad del exponente hará que tal pieza no luzca rígida. Se obrará con la soltura de quien sabe lo que hace, para entregar al público algo organizado y a la vez ameno. Esta pieza puede ser una actuación musical, un artículo escrito, un discurso, un programa de televisión, una audición de radio, etc.
Cuando la gente se reúne en comunidad, lo hace para un fin determinado. Si alguien llega sin saber bien de qué se trata, se producen situaciones incómodas, conflictivas, e incluso cómicas. Hay relatos jocosos donde un ebrio entra en un velorio creyendo que es un cumpleaños, por ejemplo. Si ocurre en la realidad, a los dolientes no les causa ninguna gracia.
El ser humano es gregario, por eso tiende a reunirse con los que siente afinidad. Cuando se quiere armar un movimiento cultural o de cualquier otra índole, es necesario fijar con claridad los objetivos que se persiguen y el modo como se pretende alcanzarlos. Así, los que se acerquen por seguir a un amigo o por que vieron mucha gente, sabrán dónde están entrando, si hallarán ahí un lugar donde realizarse, o si estarán expuestos a sufrir fuertes decepciones. Una vez fijados los objetivos y las reglas internas, es necesario el esfuerzo de todos, según las posibilidades de cada uno. Con el tiempo, es posible que haya que hacer algunos ajustes o modificaciones para beneficio de la idea original.
Si al formarse un grupo se busca solamente reunir una gran masa humana, tal proyecto no tiene mucho futuro, pues terminará por fragmentarse y atomizarse, según se formen subgrupos o camarillas acordes con las apetencias u objetivos de los individuos.
Un grupo humano puede, y debería, funcionar como un organismo vivo, con objetivos en la vida. Para alcanzar esos objetivos debe prepararse en forma permanente. Si para alcanzar esos objetivos necesita de la actuación en radio, televisión o escenarios ante el público, debe mostrar una imagen calma y segura. Tan bien preparado como para que parezca espontáneo. Además, y esto es fundamental, debe ser una actividad placentera.
El Alero Quichua Santiagueño está preparando el festejo de su cumpleaños número cuarenta. Hay un grupo de gente que va a brindar cada uno lo suyo, para que el oyente sienta que ocupa su lugar al lado de un confortable rancho santiagueño, debajo de un alero cobijador y con la vista tendida hacia el campo y el monte circundantes… hacia el futuro de la lengua quichua y las tradiciones santiagueñas, que están ahí nomás, en el horizonte.
En ese Alero de cada Domingo, que ese día lucirá un clima de fiesta especial, cada minuto será muy importante y placentero, para los actuantes y para los oyentes. Falta poco para el gran día.
22 de Septiembre de 2.009.