“Los dioses quichuas embriagados van/ de sabias reliquias de paz/ y al llegar el alba, cansados de andar/ oyen al cacuy gritar: ¡turay, turay, turay!” Dice la zamba Turay Turay, de Don Roberto Armando Carrizo.
En nuestro folclore hay una gran cantidad de piezas que hablan del cacuy. En estos últimos años, la chacarera Hermano Cacuy, de Juan Carlos Carabajal y Jacinto Piedra, posiblemente es el tema musical más divulgado y descriptivo de una de las leyendas sobre esta ave especialista en mimetismo.
Muchos otros cantos mencionan al cacuy. Algunos de ellos son : Suyasuspa, estilo bilingüe de Teodoro Peralta, la chacarera bilingüe La Jose Juárez, y un vasto cancionero popular que evoca al cacuy como un ser misterioso.
El conjunto escultórico El Cacuy, que se encuentra en el Parque Aguirre, está inspirado en la leyenda que habla de hermanos mal avenidos, como cuenta la chacarera de Juan Carlos Carabajal. En esas esculturas podemos tener una idea del aspecto de este habitante de los bosques tan difícil de observar. Se ve que tiene el pico curvo, como las aves de rapiña y los cazadores de insectos nocturnos. También se puede apreciar, en la estatua central, la transformación a la que se refiere la leyenda.
La chacarera Tradiciones Santiagueñas, de Pablo Raúl Trullenque y Carlos Carabajal, en una de sus estrofas habla del “Grito fiero que estremece quebrachos machaos de siglos.”
En verdad, el grito del cacuy no es un canto bello. Es un lamento que al resonar en la arboleda transmite tristeza y puede meter miedo si uno está predispuesto.
El cacuy, como lo llamamos en el Noroeste Argentino, es el urutaú de los guaraníes. En el norte de nuestra provincia, cerca de Monte Quemado y a pocos kilómetros del límite con la provincia del Chaco, está la población llamada Urutaú. Hace muchos años, esa zona pertenecía a la Gobernación del Chaco.
El urutaú está distribuido por las regiones boscosas de América del Sur. Los pobladores de cada zona le dieron el nombre que su oído y su imaginación sugerían. El grito o canto del cacuy o urutaú es un lamento de cuatro sílabas de frecuencia sonora decreciente. Así es como ganó los nombres onomatopéyicos Urutaú, Ay ay mama, urutau y otros. En el caso de nuestro quichua, su nombre es naturalmente bisilábico, por lo que debe repetirse para tener una idea de la voz del animalito.
Hace casi veinte años, el quichuista Dermidio Domínguez expuso en la Dirección de Turismo de Santiago del Estero una serie de fotografías tomadas por él mismo al cacuy. Para los “puebleros” ya era visible el misterioso ser de los bosques.
Pero su grito (cacuy cacuy o turay turay) era escuchado solamente por los habitantes cercanos a los montes y sus ocasionales visitantes. Hoy, en algunos sitios de Internet es posible ver e incluso escuchar al urutaú o cacuy.
Allí se puede observar al cacuy aprovechando su color para pasar el día durmiendo en un tronco seco, con el cuerpo estirado y el piquito apuntando hacia el cielo. En el monte, uno podría pasar muy cerca del cacuy y no percibirlo.
El cacuy no hace nido. Pone un huevo en el hueco de un tronco y lo empolla en su habitual posición. El pichón se cría en el mismo tronco, pasando el día en la misma posición erecta que su madre, y es muy difícil notar su presencia.
De noche, el cacuy hace vuelos cortos para capturar insectos, igual que su pariente cercano: el ñan árcaj o atajacaminos.
Según la leyenda más común en nuestros pagos, el grito del cacuy es el de una mujer llamando a su hermano, tal como decía Don Roberto Carrizo: ¡Túray, túray! (¡hermano mío, hermano mío!).
05 de Mayo de 2009.