“Mamita, Mamá Faustina, / la del Mercado Armonía…” (La Mamá Faustina – chacarera de Geralda Ribeiro Braga y Juan Carlos Carabajal).
La Mamá del Mercado, la Mamá Faustina, la Abuela… los que la conocen la llaman siempre con un nombre afectuoso. Gran parte de su vida la pasó atendiendo su puesto de productos regionales, canastos y otras artesanías en el mercado del centro de Santiago.
Ya dejó su lugar de lucha diaria, pues su salud quebrantada le permite solamente ir al mercado para saludar a las otras artesanas y mirar con nostalgia el que fuera su puesto, en la planta alta del edificio.
El 7 de Diciembre, la Mamá Faustina cumple 89 años. Nació cerca del Río Dulce, en La Vuelta de la Barranca, unos pocos kilómetros al sur de la ciudad.
En 1.919, esos pocos kilómetros parecían muchos más que ahora. El Camino de la Costa era de tierra, tortuoso y difícil de transitar para la gente bilingüe de la zona. Igual venían hasta la ciudad-aldea tratando de vender lo que producían sus parcelas de tierra, sus animalitos, y sus artesanías. Tampoco faltaba algo tomado ocasionalmente del monte, como huevos de perdiz, cuero de iguana, miel de palo, ají del monte… Algunos de ellos eran challueros, expertos pescadores con anzuelo o flecha.
Faustina Díaz vive en el barrio Tala Pozo, rodeada de hijos, nietos, bisnietos y tataranietos. Mientras matea tranquilamente con algunos de ellos, evoca los tiempos idos y vivencias de las que sacó enseñanzas que transmite a quien la escuche. Piensa en el centenar de descendientes y en las amistades. Enseguida, como un reclamo, menciona a quienes tardan en venir.
Cuando recibe visitas o da una vuelta por el mercado, se interesa por la vida de sus interlocutores, les canta antiguas canciones y vidalas. Si ve que sus afectos andan bien, de alegría baila con el bastón que la acompaña desde hace pocos años.
Sus gustos son simples. Su vida es sencilla. Observando a La Mamá Faustina podemos ver en ella a la ancianidad en general. Es una persona que trabajó durante toda la vida. Se ocupó de proveer a los suyos todo lo necesario, sin dejar ni exigir nada para sí misma. Su vida sigue siendo austera, sin pedir nada.
La familia se ocupa de que no le falten atención médica ni remedios. Quieren que siga con sus relatos, sus consejos, su canto, su baile y su mirada chispeante.
Así son las familias criollas. Cuidan a sus viejitos como a joyas vivientes y procuran darles alegrías como la mejor medicina. Martín Fierro nos decía que debemos respetar a los ancianos, y nos ponía como ejemplo al modo de vivir de las cigüeñas.
Aunque la memoria reciente comience a fallarles, los ancianos atesoran en forma vívida los hechos del pasado. Es interesante y ameno escucharlos. Es reconfortante para el espíritu y, para la gente práctica, las enseñanzas de los mayores son muy útiles.
“En sus gestos y silencios/ hay un profundo misterio/ y mucho de chacarera/ en su decir santiagueño.”
02 de Noviembre de 2.008.