Ama sua, ama llulla, ama ckella, decimos cada Domingo. Queremos evitar el robo, la mentira y la pereza. Nos dice Martín Fierro que ningún vicio acaba donde comienza. También es difícil determinar el comienzo de un hábito dañino. Por eso es importante, siguiendo el consejo del padre gaucho, procurar una actitud pensante y proceder con juicio, para no caer en las malas costumbres o para salir de ellas.
Es muy difícil lidiar con las difusas fronteras entre las virtudes y los defectos. Lo que es bueno para unos es malo para otros. Por eso es que todas las comunidades hemos delegado tal discernimiento en personas expertas que, pagadas por todo el conjunto, trabajan a diario para mejorar las condiciones de convivencia en un marco de equidad. También están los expertos que saben descifrar la maraña de leyes y encontrar la hendidura por donde se pueda escurrir el interés de un cliente particular, en ocasiones llevado a esa situación por otro experto integrante del mismo sistema.
Actitudes cotidianas, que no están previstas en los códigos legales, pueden ser el comienzo de un camino que desciende hacia las faltas leves o delitos graves. Hay muchos ejemplos: hasta hace poco tiempo, era costumbre comentar que la balanza del almacenero Fulano era más ladrona que la del carnicero Mengano. La rebaja de precio, posterior al regateo, es simplemente una mentira que encubre la intención inicial de cobrar un precio excesivo, que es una forma de apropiarse de lo ajeno.
Cuando el gaucho paga al comerciante o al usurero, el receptor controla los billetes con un aparato especial, o solamente con su vista preparada para tal inspección. Cuando el paisano, poco acostumbrado al dinero, recibe un pago o un vuelto, mete todo al bolsillo donde tiene otros billetes. Confía en la honestidad del otro, o no quiere ofenderlo con una actitud desconfiada. El problema se da cuando paga en otro lugar y le dicen que tiene dinero falso. No reclamó en el momento oportuno y, por lo tanto, perdió el derecho a protestar... y el dinero.
Si queremos ir a extremos en estas consideraciones, podemos tomar otros casos, como la clásica tardanza para acudir a un encuentro concertado. El que llega tarde, tiene lista una artillería de justificativos. El que tiene que esperar, siente que le han mentido, que le han robado el tiempo para nada, privándolo de hacer otras cosas en el lapso de espera. Pero se calla, por que él también tiene la costumbre de la tardanza, pues es alguien muy ocupado.
La costumbre de quedarse parcial o totalmente con un vuelto, puede comenzar por centavos en el changuito mandadero, en un ómnibus o en la caja de un negocio. Pero la historia nos muestra casos de grandes vueltos públicos que se han perdido, dando como resultado final el nacimiento de un próspero comercio comandado por una familia muy respetada. El respeto suele ser proporcional a los bienes materiales, salvo que uno ejerza lo que le enseñaron los mayores, mayores en honestidad.
La “viveza criolla” cotidiana puede llevarnos al acostumbramiento. Cuando nos damos cuenta, en vez de una comunidad de hermanos unidos, somos una bandada de aves de pico encorvado metida en una nube de conflictos.
Debemos afrontar la diaria lucha para no caer en el robo o la mentira. Debemos controlar y controlarnos. Es preciso no tener pereza ni timidez. La educación nos evitará caer en excesos.
“... pero el hombre de razón/ no roba jamás un cobre/ pues no es vergüenza ser pobre/ y es vergüenza ser ladrón.”
11 de Noviembre de 2.008.