En los dos primeros días de Noviembre, gente de nuestra campaña y de las ciudades, acude al cementerio para velar a sus muertos. En muchos de ellos, y tal como mandan las tradiciones, las familias pasan la noche prendiendo velas y alternando rezos con verdaderas tertulias familiares y de amigos, a causa de los reeencuentros que se dan entre los que viven alejados entre sí, pero que en esos días confluyen en el cementerio. Conversan en voz baja un rato, se ocupan del estado de las tumbas, reponen velas... y así pasan la jornada. Esto es parte de las tradiciones heredadas de los mayores.
Hace pocos años, seguramente por imposición de la televisión, está instalándose entre nuestros niños y jóvenes, para cada fin de Octubre, el festejo de una tradición de las lejanas islas británicas: el día de las brujas. Esta invasión del hemisferio norte sobre nuestra cultura, aparentemente tiene la misma finalidad que tantos otros avances sobre nuestros jóvenes: fomentar el consumismo.
Sería interesante que los adultos prestásemos más atención a estos hechos y, en lugar de ir por detrás de los vaivenes de la moda para parecer jóvenes, pensásemos en formas de frenar el retroceso de lo nuestro. Si no lo hacemos por motivos culturales, deberíamos hacerlo aunque más no sea por un interés material bien pensado.
Seguramente hay argentinos que están haciendo algo en este aspecto. En todo el territorio nacional hay una gran cantidad de agrupaciones tradicionalistas. El Alero Quichua Santiagueño es una de ellas. Hay emprendimientos tradicionalistas, se podría decir, para todos los gustos, cada uno manifestándose en favor de nuestra cultura.
Aún así, estamos viendo cada fin de Octubre cómo se incentiva más y más el día de las brujas, donde nuestros hijos aparecen entregados alegremente a tendencias culturales extrañas y refiriéndose a las mismas por su nombre en inglés, como lo ha dispuesto vaya uno a saber quién. El festejo viene también con abultadas ventas de artículos importados o fabricados bajo licencia de lejanos intereses.
Una agrupación tradicionalista que en Brasil hace algo por frenar el avance del día de las brujas, es la Sociedad de los Observadores del Sací, surgida en 2003, con la finalidad de valorizar y difundir la tradición oral, la cultura popular e infantil, los mitos y las leyendas brasileras.
La leyenda del Sací Pereré, jovencito travieso de piel morena y con una cola, tiene origen en los pueblos originarios del sur de Brasil y es conocida desde el siglo XVIII. En el norte del país, se transformó en un joven negro con una pierna sola, que usa un gorro rojo y fuma una pipa. Según la leyenda, es muy juguetón y pasa todo el tiempo haciendo travesuras en los montes y en las casas: asusta viajantes, esconde objetos domésticos, ensucia la casa, apaga el fuego, trenza la crin de los caballos, emite ruidos, asusta a los caballos y a los vacunos en los pastizales, etc... A pesar de todo esto, sus actitudes no tienen el objetivo de perjudicar a alguien o hacerle mal.
La creencia en ese personaje aún es muy fuerte en el interior de Brasil. Alrededor de los fogones, los ancianos cuentan sus experiencias con el Sací. A través de la transmisión oral, el mito se va perpetuando. Además, en este caso, los medios de difusión fueron favorables a la cultura local, pues se lo incorporó a las historietas infantiles y a series televisivas para niños.
El gran logro de la Sociedad de los Observadores del Sací es haber conseguido que la legislatura de la ciudad de São Paulo, luego la del Estado del mismo nombre, y en 2.005 la legislatura nacional, aprobase por ley su proyecto para que el 31 de Octubre de cada año sea el Día del Sací. En ese día, los escolares lo dibujan, hacen representaciones, se lo difunde por televisión y, en definitiva, se ha creado una opción distinta a la de brujas ajenas.
Podríamos considerar que este hecho es una insignificancia ante el descomunal avance de “los de afuera” a los que hacía alusión Martín Fierro, pero es preciso reconocer cuando alguien muestra voluntad de hacer algo por valorizar a sus hermanos y a sus mayores. El Sací, o cualquier leyenda de cualquier país de la Gran Patria de América del Sur, no soluciona el gran problema de identidad que tenemos, pero nos acerca un poco hacia nosotros mismos.
No permitamos que nos sigan robando. No nos engañemos pensando que lo ajeno es siempre mejor que lo nuestro. No nos dejemos ganar por el facilismo o la pereza, y hagamos algo.
28 de Octubre de 2.008.