Salgo a caminar por un senderito en medio del monte tratando de encontrar una explicación natural, observando cada detalle, tratando de escuchar en 360° el misterio de nuestra tierra, su vibración y todo lo que provoca en nosotros. En mis pies descalzos el calor hace cosquillas, me dan ganas de ir a mojarme en la represa y danzar con las aves que revolotean celebrando la existencia. Se escucha una perdiz que silba con lamento de vidala, un pájaro quejumbroso entre los garabatos, un oculto le da la síncopa perfecta. 



El verano ha llegado a Santiago, los coyuyos parecen darle el toque sinfónico a este cuadro, intensamente, de madrugada a madrugada, cantan pintando de sol las verdes vainas en el algarrobal. Todo se ha vuelto fiesta, todo en un perfecto ritmo, todo es chacarera. Desde el vientre de la tierra brota y se eleva pasando por nosotros, nuestros cuerpos como medios, quiere alcanzar el sol. 



Hay algo en esta porción del universo que todo lo puede, nos pinta un paisaje agreste, nos da alma de vidala, nos provoca y nos une, nos invita a manifestarnos, a ser fieles a la tradición, a lo que nos enseñaron nuestros abuelos en sus relatos a la luz de las brasas en los duros inviernos y pensar en el futuro hoy mirando a las estrellas antes de dormirnos en el patio poblado de catres de tiento. Los frutos madurando, la dulzura en las sandías partidas, las tunas bien fresquitas, los melones al costado de la tinaja en la penumbra del rancho… 



Todo es dulzura, todo es felicidad. Nuestros familiares que han llegado desde lejos a pasar las fiestas prometen quedarse para carnaval, hay tiempo para pensar las coplas, hay tiempo para ensayar bajo el alero con guitarra, bandoneón, bombo y violín. Enero se consume con la magia que nos brinda el cielo, en noches suaves que nos alivian y nos inspiran, y en días intensos que parecen malambos de fuego. Enero es chacarera, Enero es un dulce misterio. 



Sigo caminando por el senderito de mi vida, paso por unas pequeñas lomas, a lo lejos se divisa un rancho que ya es tapera, las paredes de adobe derruidas, el aljibe ahí bien cerquita, el sitio un patio inmenso y una quincha maltrecha que lo cuida. Lo imagino colmado de parejas en viejos eneros, pleno de música y de sueños. 



Se asoma un boyero y le silba al viento, como pidiéndole que vuelva, posado en un alambre herrumbrado me devuelve al presente. Quizás los más jóvenes abandonaron el rancho en busca de nuevos horizontes, quizás los parientes que emigraron los convencieron, pero seguro en donde estén ya tienen un rincón bien santiagueño. La nostalgia siempre esta presente en nuestro sentir, se entremezcla con la alegría, nos provocan juntas raras melodías que le dan sentido sonoro a nuestras vidas, a nuestra identidad, a nuestra chacarera, a nuestro caminar. 



Sigo caminando, todo lo audible es el paisaje que necesita mi alma, la creación me dicta los sonidos para mis sentidos, para conformar ciertamente a mi inteligencia y a mis emociones, me voy cargando de naturaleza, voy rezando en silencio, el mantra silvestre me lleva a la meditación profunda, a sentir este maravilloso regalo de Dios. 



No hay explicación alguna, no hay pensamientos, sólo la magia de existir, de latir, de silbar, de escuchar y reproducir lo que la naturaleza de Santiago del Estero nos brinda, somos parte de este universo, somos la tierra que se eleva hasta el cielo en huayra muyoj, somos el viejo algarrobo que cuelga sus ramas intentando acariciar el suelo, que le regala sus mieles a lo salobre para encontrar el equilibrio, los tunales rojizos y amarillentos, cómo no vamos a cantar? Cómo no vamos a bailar en este hermoso silencio? Vuelvo de regreso a mi rancho, la sed me obliga, ya se escuchan los cencerros, los animales están volviendo, a la perdiz se la escucha cada vez más lejos. Sensación térmica: Chacarera° 



Mario Ruiz.