Los descendientes del entrañable Sixto Palavecino no salen de su consternación y dolor, por la amarga situación que les toca vivir. En una de las habituales reuniones familiares del fin de semana, Rubén, el hijo del legendario violinista, advirtió que faltaba uno de los instrumentos que atesoraba su padre: el violín con el que dio sus primeros pasos en este arte que con el tiempo llegó a dominar, consagrándose no sólo por su sentida ejecución, sino también por la invaluable difusión que con él hacía del idioma de sus ancestros, el quichua.
Inmediatamente, preguntó a sus hermanas dónde estaba el violín, a lo que sobrevino la extrañeza inicial y la angustia posterior de no hallarlo donde habitualmente se lo exhibía, arriba del estuche negro de una guitarra, que a su vez está sobre un sillón rústico de madera y tiento, en el museo del músico.
Vanos fueron los intentos por encontrar en todos los rincones de la casa el preciado instrumento, el querido recuerdo, uno de los tesoros más queridos de su padre. Aquel violín entraña un significado más que especial para el recuerdo de la obra, el ser y el sentir de don Sixto, ya que no sólo fue el primero sino que -luego haberlo vendido para comprar el que lo acompañó hasta su muerte- no volvió a verlo, hasta que una familia que lo adquirió se lo obsequió hace unos años, como reconocimiento a su gigantesco legado cultural.
Sus hijos Rubén, Carmen y Haydée rogaron encarecidamente a quien tuviera algún dato, que se los haga conocer con urgencia llamando al teléfono familiar 431-3245.