Se habla en Santiago del Estero como en ninguna otra provincia argentina. Allí desplegó sus encantos impregnando de mitos y modismos la cultura local. El protagonismo de un programa de radio y el largo camino para revalorizar esta lengua ancestral.
Nadie pudo con él. El idioma del Inca está vivo. Lo saben en América, lo saben en Argentina, pero fundamentalmente lo saben en Santiago del Estero. Por alguna razón que la historia no sabe explicar, este dialecto se aquerenció en Santiago aunque los incas nunca llegaron a esas tierras. El hecho es que se aquerenció en el monte más espeso, en sus escuelas rurales, donde se enseñaba informalmente, pero también en la ciudad capital, bautizando sus ríos Dulce y Salado (Mishky Mayu y Cachu Mayu), sus calles y barrios. Muchas de las chacareras y vidalas parece que hubieran nacido bilingües, también comidas típicas como el bolanchao o el chipaco, mitos y celebraciones, pero sobre todo se refleja en la conversación, colándose en el idioma de una provincia que suele enorgullecerse de la pureza de su español pero no puede negarse ante la evidencia de la influencia quichua.
Tan así, que alguna vez “hablar correctamente el español”, significó exigir a los niños que no lo mezclaran con el quichua, o eran castigados. De este modo, ambas lenguas sufrieron cierta hibridación natural y se sospecha que ya nadie habla quichua en estado puro, aunque habría que recorrer los montes para encontrar algún anciano dispuesto a demostrar lo contrario.
El quichua está más presente en los países americanos de lo que imaginamos. Lo prueban los cientos de vocablos que utilizamos: paila (sartén), cancha, poncho, choclo, puma (león), pampa (llano), mate, papa, tomate, chaucha y cientos más, pero en Santiago, su inserción fue mucho más profunda. El santiagueño utiliza a flor de labios expresiones como chujchar (tirar el pelo), chuñar (vomitar), ishpar (hacer pis), chuñalo (que tiene mocos), shusca (hijo menor), mishkila (dulce tierno), churito (guapito), gauchito (diminutivo de churo) en su charla cotidiana.
Sólo que, como dicen algunos, lo hace inconscientemente, casi sin darse cuenta.
EL ALERO QUICHUA
Un programa de radio fue el último escalafón del quichua, su conquista más definitiva.
Ama sua, ama llulla, ama ckella, es el saludo de cada emisión de la Audición de Radio Nacional denominada Alero Quichua que se emite desde Santiago. O mejor dicho, “Ni ladrón, ni mentiroso, ni haragán”, una expresión contundente, que utilizan los hablantes del quichua no sólo cada domingo cuando se inicia el programa, sino como saludo habitual que aún perdura como signo de respeto en toda la comunidad quichua. La idea de sostener su valor como lengua hispanohablante, y fomentar su propagación comenzó en esta zona. “Vengo de familias quichuas respirando el idioma desde el vientre de mi madre”, dijo alguna vez Don Sixto Palavecino, el gran compositor santiagueño fundador de este programa radial junto a Felipe Benicio Corpos y Vicente Salto (ambos poetas) y el profesor Domingo Bravo: docente, investigador y lingüista que trascendió las fronteras con una idea muy ambiciosa, un tratado sobre el Quichua que no sólo integra historia, sino también gramática y la creación de un diccionario que le dio a esta lengua, de tradición oral, una signografía exclusiva, con caracteres latinos a efectos de poder estudiarse.
Desde su nacimiento y pasados 25 años de transmisiones sin pausa, el Alero Quichua se ha transformado en sede de operaciones para toda Sudamérica y tiene por finalidad difundir música, canto, poesía, diálogo quichua y su traducción, así como compartir los avances de las investigaciones de los lingüistas. Sus logros son reconocidos por todos los quichuahablantes. Sin embargo, no ha sido fácil llegar a estas instancias de integración.
Don Sixto dijo al respecto: “nadie quería hablarlo, incluso era considerado como muestra de subdesarrollo; o quizás, causante de vergüenza. Sin embargo, sentí que muchos, como yo, tenían la necesidad de hablarlo y por eso, cada vez que tuve la oportunidad de encontrarme ante un grupo, a modo de anzuelo, “largaba” una frase, un saludo... y por ahí, alguien me respondía. De allí en más, caían los velos del recelo y afloraba el diálogo con toda su dulzura y sana picardía, características de esta lengua”.
El legado de los creadores del Alero Quichua se traduce en un importante salto cultural, que pasó de la ignorancia de un dialecto, al orgullo de su propagación.
El caso de Ana María Campos de Vera, apasionada del quichua, conductora del programa junto a Raúl Palavecino, hijo de Sixto, está signado por la misma determinación que sus predecesores a la hora de promover esta lengua. Su historia no está ligada al idioma por ningún parentesco aborigen, sino por pura pasión. Es que, según sus palabras, al ser una lengua de tradición oral no es fácil aprenderla para quien no tuvo contacto desde pequeño.
Ana María comenzó como maestra rural en su pueblo natal, Ojo de Agua, al sur de la provincia, pero allí nadie hablaba. Cuando se radicó en la ciudad de La Banda, donde continuó ejerciendo la docencia, comenzó a vivir en carne propia la raigambre quichua. Le llamaban la atención los términos que utilizaban sus alumnos, colegas y padres de la comunidad educativa a la que pertenecía y comenzó a sentir curiosidad a la vez que preocupación por no poder dar respuestas al requerimiento de sus alumnos. Por ejemplo: “¡Señorita el fulano me ataja con la Huma!” -No podía copiar lo del pizarrón porque el compañero le atajaba la pizarra con la cabeza-. Otro niño se acercó llorando porque “el fulano me dice ampatu” -era gordito y le decía ´sapo´. O, “Señorita la fulana tiene la cabeza llena de chias” -liendres-.
“En un momento el Profesor Domingo Bravo, daba clases en la universidad –recuerda Ana-. Me contacté con él y empecé a estudiar. Allí me encontré con alumnos de todas las edades y estratos sociales. Extranjeros atraídos por las lenguas amerindias, docentes, profesionales, amas de casa. Me resultó difícil, el quichua es una lengua aglutinante, uniendo fonemas se forma una frase. Ej. Taawantinsuyoj (Cuatro estados unidos), y el español es una lengua de flexión. Como me apasiona la docencia y me agradan los desafíos, advertí que la mejor manera de aprender el quichua era enseñándole a mis alumnos, y así la introduje en el aula en la hora de lengua. Los niños comentaban en la casa y de esta manera se me fueron acercando, algunos con temor, otros no tanto, para contarme que eran hablantes o que entendían y no lo hablaban”.
Así siguió. Formó un coro de niños que aprendieron a cantar el Himno en quichua, el arroz con leche, el Padre nuestro y luego un taller de quichua para niños llamado Ninitasyachajcuna (Brasitas del saber). En 1995, gracias a su labor, se declaró a la escuela de quichua De Interés provincial. En el año 97 se realizó el IV Congreso Internacional de Lengua Quichua en Arequipa, Perú y el profesor Domingo Bravo la envió como disertante. Allí conoció a Don Sixto y se unió al Alero Quichua. Eran las dos únicas personas de Argentina; de Chile, Bolivia, Ecuador y Perú las delegaciones fueron numerosas.
Ana María no es la única. Es una de tantas que entregó su corazón a una lengua tan ajena como propia, que fue amenazada, prohibida y casi desaparece como ocurrió en otras provincias. Hoy a salvo de la extinción, proclama orgullosa su espacio bien ganado, gracias a la labor de estos hombres y mujeres que fueron aportando su granito de arena. “El quichua es parte de nuestra identidad –sostiene Ana María- tengo amigos que lo hablan, otros que mezclan y otros como yo que no se atreven pero lo aman. Yo me seguí perfeccionando, estudié la Diplomatura en Lengua quichua con profesores de Tucumán. Egresé pero aún me cuesta pronunciarlo como lo hacen los hablantes. En la Universidad Católica estudié Diplomatura en Humanidades y Arte de Santiago del Estero, aquí noté que hay gente que aún lo rechaza. Pero al quichuista le digo Pitaj nin Túcuy chincaska tían, sonckoyta caj amuni: Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón”.
Milagros Nores
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