En 1.975, Alejandro Iñíguez en primera voz y guitarra, Rogelio “Ruqui” Rojas en primera guitarra y segunda voz, y quien escribe como bombisto y tercera voz alta, habíamos formado un trío, al que llamamos “Los Troperos Santiagueños” por indicación de Rojas. En este trío, cada uno aportábamos nuestras falencias y sinceras aspiraciones.
Un día fuimos a LV11 con la intención de participar cantando en un programa “ómnibus” que salía los días Sábado, pero nos dijeron que había que anunciarse y someterse a una prueba artística durante la semana, así que ese día hemos quedado sin cantar.
A los pocos días, Ruqui nos dijo: “el Domingo deberíamos ir al Alero Quichua, ahí no hay problema, en el Alero canta cualquiera”. Al siguiente Domingo fuimos a Radio Nacional Santiago del Estero dispuestos a cantar una zamba salteña y una chacarera. Quienes nos escucharon a modo de prueba fueron Carmen Palavecino y Juan Carlos Almada.
Nos aprobaron la chacarera De La Banda a Santiago, con unas correcciones respecto a la pronunciación. Respecto a la zamba salteña, nos explicaron que en el Alero Quichua Santiagueño se difundía la música santiagueña.
Fué la única presentación radial de este trío de existencia breve, y nuestro primer contacto con el Alero Quichua Santiagueño. En esa ocasión alcancé a ver a Don Sixto Palavecino y a Don Vicente Javier Salto Taboada. Pese a que nos habían explicado el por qué de la no aceptación de la zamba, quedamos ofendidos y resentidos. Varios meses después, llegaría a comprender que es necesario prestar atención y adherir a la filosofía del lugar adonde se pretende entrar.
Al poco tiempo, con Alejandro Iñíguez y Néstor “Chocho” Cancinos, formamos otro trío también de poca duración. Concurríamos dos veces por semana a la casa del gran guitarrista “Ruso” Ledesma para aprender armonización de voces. Chocho es la primera persona que he visto tocando la guitarra y la armónica al mismo tiempo. Era buen cantor, recitador y mejor amigo. Después del casamiento de Chocho, nos hemos separado como conjunto; la amistad continuó inalterable. Años después, Chocho Cancinos murió de un infarto, con unos cuarenta años de edad.
De algún modo supe dónde estaba ubicada la peluquería de Don Sixto (Belgrano Sud al 1.100, casi esquina Alsina) y me hice cliente. Mientras me cortaba o en los ratos de espera, escuchaba las conversaciones de Don Sixto con gente del Alero o con otros folcloristas, quienes llegaban en cualquier momento con alguna inquietud. Había una guitarra y estaba el violín de Don Sixto. Igual que muchos otros, llegaba aún sin necesidad del corte de cabello.
A veces encontraba a Don Sixto sólo, tocando el violín o la guitarra, y me sentaba a escuchar. En otras ocasiones lo encontraba con alguien y en ese caso, si no era indiscreto, también me quedaba a escuchar mientras leía algo. También conversaba con Don Sixto, le contaba de nuestro conjunto formado con Alejandro Iñíguez y Chocho Cancinos. En esos primeros tiempos, hemos cantado primero en la peluquería y después un par de veces en la audición del Alero Quichua.
Con el correr de los meses fuí conociendo gente, entre ellos Julio Sosa Balconti, con el que inicié una relación amistosa. Comencé a concurrir a la radio en calidad de oyente y a conversar cada vez más con Don Sixto. En ese tiempo, con Alejandro nos habíamos acercado a Ernesto Cuenca y Roberto Salto para formar un grupo folclórico.
Cuenca estaba casado con una sobrina de Don Ernesto Suárez, vivía a pocas cuadras de la peluquería y utilizábamos su casa para ensayar. Salto vivía en el barrio Tabla Redonda, en La Banda. Alejandro se domicilia en Villa 9 de Julio (La Banda). Por lo tanto, éramos dos de la ciudad de Santiago y dos bandeños, así que para elegir el nombre del conjunto daba vueltas en nuestras cabezas la idea de nombrar ambas márgenes del río o ambas ciudades. Alejandro decía: “el río nos separa y tres puentes nos unen”, para luego corregirse: “el río nos une”. Sabían de mis conversaciones con Don Sixto y Alejandro me encargó que le pidiese un nombre para el grupo.
Casi todos los días Domingo, a la salida de la radio, la gente del Alero se reunía en unas lindas guitarreadas (les llamaban tincunácuy, encuentro). Julio Sosa y su madre (Doña Michi) me invitaban a participar. Cuando José Sequeira, quichuista cantor del Grupo Vocal Santiago, se casó en la iglesia de Villa Salavina, los del Alero fuimos (ya me sentía uno de ellos) en un ómnibus fletado para tal fin. Al entrar y salir de la iglesia, Don Sixto tocaba chacarera con el violín, había dos o tres guitarras y, por ausencia de Raúl Salvatierra (el Bombo Mayor del Alero), tuve que “hacer el sacrificio” de tocar el bombo.
Esa noche hubo fiesta en el pueblo y en mi corazón. ¡Estaba por primera vez en Salavina, uno de los lugares más nombrados en la poesía regional, y nada menos que como bombisto de Don Sixto Palavecino!
El Domingo por la mañana, Don Sixto, su hijo Rubén, Cacho Lobo (cantor, cuentista, autor) y el Arquitecto Julio Edgardo “Gado” Mansilla fueron a Barrancas para recibir de manos de Doña Abdona de Villarreal el primer violín auténtico que tuviera Don Sixto. El resto de la delegación habíamos quedado disfrutando del bandoneón y guitarras de los salavineros hermanos Díaz, descendientes de los legendarios Cachilo y El Soco.
En el almuerzo, estaba sentado al lado de Don Sixto. De pronto me dijo: “Estaba pensando que el conjunto de ustedes podría llamarse Las Voces del Mishqui Mayu. Había pensado primero en Los Cantores del Mishqui Mayu, pero me gusta más Voces que Cantores”. Le comuniqué a Alejandro, quien también estaba en la fiesta salavinera de José y su esposa. Luego, en Santiago, consultamos a Cuenca y Salto, quienes aceptaron. Actualmente Las Voces del Mishqui Mayu, con dos hermanos de Alejandro entre sus integrantes, siguen haciendo oír la voz del Río Dulce.
Los Lunes por la noche había reunión en la peluquería. Inicialmente tales reuniones tenían como finalidad hacer un análisis crítico del programa del día anterior e idear el siguiente, además de programar algún tincunácuy previo, en la ciudad u otro lugar de la provincia.
Cuando comencé a ir a las reuniones, estaban gestionando una entrevista con el Gobernador de la Provincia, General César Fermín Ochoa. El Gral. Ochoa era quichuista y había esperanzas de recibir apoyo para la creación de La Posta Quichua, que sería un campo cercano a la ciudad donde se desarrollarían distintas actividades criollas.
El Gobernador recibió a Don Sixto Palavecino y otras personas para escuchar la inquietud. Contaban después que el Gral. Ochoa habló en quichua con Don Sixto. Cuando supo que el Alero no tenía Personería Jurídica, les dijo que debían tramitarla urgente por que así nomás, nada se podría hacer. Con prontitud se movilizaron Rubén Palavecino, Gado Mansilla, José María Lami Hernández (h), Cacho Lobo y otros para cumplir con los requisitos legales.
Comenzamos a reunirnos casi a diario y es así como firmé varias actas donde los integrantes del Alero Quichua Santiagueño manifestábamos la intención de consituír a la agrupación en una persona jurídica con los deberes y derechos que marca la Ley. La primera Comisión Directiva en esta nueva etapa del Alero Quichua estuvo presidida por Don Sixto Palavecino. Esto ocurría en 1.977.
En esa época comencé a concurrir los días Sábado por la tarde al Curso Elemental de Quichua Santiagueño, dictado por las Profesoras Silvia Bernasconi e Isabel Garnica de Pappalardo bajo la dirección del Profesor Domingo A. Bravo.
A partir de entonces, el amor por mi provincia dejó de sufrir la intemperie de la ignorancia total y falta de rumbo, por que ya estaba cobijado a la sombra del Alero Quichua Santiagueño.
Cristian Ramón Verduc.