Por Crístian Ramón Verduc
02/06/2020
¿Cómo habrán sido las primeras comunidades humanas?

Es una pregunta que alguna vez uno se hizo y comenzó a preguntar. Los libros le dieron un panorama muy creíble, basado en estudios científicos de vestigios encontrados y estudiados por arqueólogos. Es muy posible que las primeras comunidades humanas hayan sido clanes que no eran numerosos, por razones de espacio en sus refugios y para poder trasladarse con agilidad.

Dicen que cuando los clanes se afincaron, no fue en un lugar preciso sino en una zona. Dentro de esa zona construyeron las primeras casas, inicialmente rudimentarias, cambiando de lugar dentro de la zona elegida, según las variaciones del clima y de las condiciones de caza y recolección. Después, con los primeros cultivos y domesticación de animales, hubo asentamientos semi permanentes, con casas más elaboradas y la aparición de aldeas.

En las comunidades, inevitablemente aparecía alguien o algún grupo liderando las acciones. En cada grupo humano, invariablemente aparece alguien “que sabe más” o que es más decidido. Es muy posible que en los primeros tiempos, en un mundo casi siempre hostil para el humano, el líder haya sido algo así como un jefe de guerra. Con el correr del tiempo y el progreso paulatino en cuanto a conocimientos, las tribus supieron tener un líder para los tiempos de paz y un jefe para los tiempos de guerra.

En los primeros tiempos (siglos, milenios…) los líderes tuvieron responsabilidades y tareas especiales pero no privilegios, pues todos vivían en un estado de emergencia en el que nadie imaginaría que alguien podría tener derechos distintos a los de sus compañeros. En las comunidades primitivas, todos sabían hacer de todo entre los relativamente pocos conocimientos que tenían. Las diferencias en las actividades podían darse por la condición física, como serían las limitaciones de niños, ancianos y embarazadas.

En algún momento se comenzó a aprovechar la experiencia de los mayores y sus enseñanzas compensaron la falta de vigor para ciertas tareas o para la lucha. Con el paso del tiempo, las comunidades comenzaron a tener en su seno gente con más años de edad, a la vez que el cultivo y almacenamiento de alimentos sacó a esas comunidades del permanente estado de lucha contra el hambre y la adversidad. Es posible que entonces hayan crecido las diferencias de conocimiento, las especializaciones y hayan aparecido los privilegios para los encumbrados. Pronto surgieron los reinos, también la necesidad de expansión de esos reinos y los imperios.

Aparentemente, cuanto más numerosa es una comunidad, hay mayor concentración de poder en pocas personas. En comunidades antiguas e incluso en grandes reinos o imperios, el rey ha sido considerado una divinidad terrenal, poniéndose toda la población a su servicio y bajo su mando; también al servicio de las personas cercanas al monarca y sometiéndose a las personas designadas por el monarca.

La forma monárquica de gobierno ha resultado muy beneficiosa para el grupo cercano al monarca y para toda persona que pudiese acercarse de algún modo a ese grupo. En cierto modo, ha sido también una forma cómoda de vida para el pueblo, al tener un sistema bien definido en el que le tocaba el rol de trabajar y obedecer sin pensar. Los pocos rebeldes que osaban pensar que se podría vivir mejor sin sostener a tantos personajes de vida costosa, pasaban una vida sufrida, sobre todo si exponían su pensamiento y peor aún si intentaban hacer algo contra el divino rey o sus cortesanos. Para los vecinos, denunciar al rebelde era una posibilidad de entrar en uno de los círculos que gozaban de algunos privilegios.

Según nos cuentan, el Tahuantinsuyu, del cual viene el habla quichua que conocemos en Santiago del Estero, tenía una organización parecida a la de los grandes imperios que hemos estudiado en la escuela. La diferencia con los otros imperios radicaba en que las pequeñas comunidades aldeanas se parecían a los antiguos clanes, pero con un líder enviado o aprobado por el Inca. El trato entre los integrantes del ayllu era basado en el respeto, la justicia y la dedicación al trabajo, todo controlado por el jefe de esa comunidad llamada ayllu. No sabemos si ese líder del ayllu gozaba de privilegios materiales; lo que sí está escrito es que rendía cuentas y recibía órdenes de un jefe superior, el que a su vez rendía cuentas al Inca. Sería el conocido sistema jerárquico piramidal.

La democracia ideada por griegos llegó a esta parte del mundo hace relativamente poco tiempo y es más factible en grupos chicos, especialmente en las instituciones sin fines de lucro. La factibilidad no es sinónimo de realización, pero cuanto menor es la cantidad de integrantes que tiene un grupo humano, es más posible de lograr un trato justo entre sus integrantes, con respeto hacia las dignidades y derechos de cada ser humano.

En los grupos grandes parecemos volver a tiempos anteriores a los de los clanes, pues volvemos a la ley del más fuerte. Bajando un poco en la pirámide, encontramos los grupos que parecen pequeños reinos, generalmente regidos por dinastías. En los grupos menores creados con fines de lucro, el mando es asumido por alguien que sabe manejar a ese grupo y parece ser quien aporta el dinero que luego repartirá discrecionalmente entre quienes trabajan y entre su círculo cercano.

Los “ayllus” sin fines de lucro son los que tienen la posibilidad de seguir un ideal como objetivo, aportando ideas y acciones todos los integrantes del grupo y sin esperar privilegio alguno. En la vida cotidiana que no está relacionada con las actividades del grupo sin fines de lucro, habrá que vivir como es habitual, adaptados a la forma de gobierno que tiene la ciudad, la provincia y el país en que estamos. Todas las actividades sin fines de lucro, especialmente las que tienen como objetivo la formación cultural de la gente, son actividades patrióticas que no están al servicio de algunas personas o grupos, sino que están al servicio de todo el pueblo de la nación a la que el grupo pertenece.

Nuestro Alero Quichua Santiagueño nació para preservar y promover el quichua y los valores tradicionales de nuestra provincia, por eso su norma de conducta es: Ama súa, ama llulla, ama ckella (Ni ladrón, ni embustero, ni haragán).  

02 de Junio de 2.020.

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