Por Crístian Ramón Verduc
14/01/2020
“¿Por qué, para qué?”

Preguntó el abuelo al muchacho que hablaba de trasladar el corral. No hizo la tercera pregunta por que ya estaba respondida, pues su nieto había dicho cómo haría el traslado de animales, después de armar el corral con una gran cantidad de elementos nuevos. El joven respondió que ya quería ver el corral en otro lugar, que es necesario cambiar… a lo que el abuelo volvió a preguntar: “¿Para qué?”

Cuando el joven quedó pensativo, buscando un argumento válido, el abuelo le explicó que era costumbre familiar el reubicar periódicamente al corral de los cabritos y que esa tradición de familia podría ser una buena respuesta para la pregunta respecto al por qué, aunque también un buen “por que quiero” no estaba de más. Respecto al “para qué”, el muchacho tenía por motivo su satisfacción personal únicamente, mientras que el abuelo se puso a explicarle que el suelo “engordaba” con los excrementos y sobras de los animales, pero que esa situación no debía mantenerse por muchos años, agregando que los cambios de ubicación tenían por motivo el lograr una fertilización pareja del terreno.

El deseo del muchacho estaba bien, sólo que le faltaba claridad en los motivos para realizarlo.
Molesto por haber “perdido” con su abuelo, el chango le preguntó desafiante: “¿Por qué y para qué nos inculcan su famoso Ama súa, ama llulla, ama ckella?”

El abuelo terminó de saborear un sorbo de mate y respondió lacónico: “Para vivir bien”. Después de otro sorbo de mate, amplió: “Cuando nadie robe, podremos estar tranquilos, sin preocuparnos por llaves, candados, muros altos, vigilancia, etc. Todos los recursos destinados a la seguridad se usarían para salud y educación, por ejemplo. El robo es un atropello, es una injusticia cometida contra alguien a quien se subestima, por eso quien ha sido víctima de cualquier despojo se enoja, se siente mal y hasta puede enfermarse y morir por la ira o desazón que tal situación le provoca. No es tanto por el valor material de las cosas, sino por la acción misma”.

Mientras le alcanzaba el mate al nieto, el señor continuó: “Quien siempre dice la verdad es una persona confiable, con la que se puede encarar cualquier actividad o proyecto. Uno podrá engañar a una persona una vez, tal vez dos o tres veces, pero después quedará desprestigiado y, por más que abandone el hábito de la mentira, la mala fama persistirá por un tiempo largo. La mentira ofende, por que se basa en la presunción de que el engañador es más inteligente que el engañado. Muchas veces, por diversas circunstancias, uno deja pasar una mentira y, en cierto modo, con su actitud miente que ha caído en el engaño. En todo caso, la persona mentirosa no es más inteligente, sino que tiene poca vergüenza”.   

Mientras comenzaba a tomar otro mate, el abuelo prosiguió: “Es lindo entregarse al ocio, no esforzarse y hacer únicamente lo que a uno le agrada. Para muchos, un lindo pasatiempo es sentarse a mirar cómo otros trabajan, pero no se debe caer en la pereza, pues así frenamos nuestro progreso; además, el organismo se acostumbra y uno se torna vulnerable a cualquier tipo de rigor. Vivimos en sociedad y debemos asumir que en cierto modo, todos dependemos de todos, así que si todos nos esforzamos por cumplir bien con nuestras tareas, viviremos en un ambiente de justicia y prosperidad. Un secreto para vencer a la pereza es el tomar a cada tarea como una actividad agradable; así lograremos cumplir con lo nuestro cada día mejor”. Para el ocio y los placeres están los fines de semana, las vacaciones y la jubilación”.

“¿Entonces, para todo debemos plantearnos el cómo, el porqué y el para qué?” Preguntó el joven, recibiendo por respuesta: “Si bien es cierto que muchas acciones cotidianas deben hacerse rápidamente, sin pararnos a reflexionar sobre el porqué, el para qué y el cómo, es bueno tener plena consciencia de nuestros actos. Hay situaciones que podemos tenerlas pensadas de antemano, gracias a nuestra propia imaginación o por haber visto casos similares y haber pensado qué haríamos nosotros”.  

“Ya que estamos te pregunto, muchacho: ¿Por qué antes hablabas de un modo y ahora lo haces de otro? ¿Y por qué antes escondías los desgarros que el trabajo causaba en tu ropa y ahora compras pantalones rotos, al precio de ropa sana? ¿Para qué? ¿A quién beneficia esto?” Otra vez el joven tenía sus porqués pero le faltaba el para qué: “Por que así se usa y así se habla”.

Esta vez, el hombre estaba casi igual que su nieto: Tenía el porqué pero solamente suponía los “paraques”, como diría su padre, bisabuelo del muchacho: “Me ocurría algo así cuando era joven. Estaba atento a los cambios de la moda y procuraba no quedar atrás cuando mis amigos adoptaban esos cambios. Era nuestro placer ir el fin de semana al pueblo, vestidos con la ropa que las revistas o algunas radios decían que debía usarse. Además, cada visita de los parientes y vecinos que vivían en Buenos Aires era un modo de actualizarnos con las modas. Recuerdo una época en que todos nos vestíamos de blanco para ir al baile del pueblo. Un Sábado por la noche, un pícaro bebedor preguntó en voz alta si había campeonato de bochas. Primero nos hemos molestado, pero después nos hemos reído todos y hemos seguido usando la ropa blanca en cada fiesta hasta que meses después ha cambiado la moda”.

Continuó el abuelo su monólogo, ahora sin el mate: “La adolescencia es una etapa muy linda, en la que queremos ser diferentes a los demás y a la vez no queremos dejar de pertenecer a un grupo. La ropa, el calzado, el corte de cabello y el vocabulario va a ser el que impongan quienes deciden sobre ello. Si me preguntas para qué hacen eso, por ahora no tengo la respuesta completa. Lo de la ropa se entiende, pues buscan que uno compre antes de haber usado mucho lo anterior. Lo que no puedo entender es para qué nos imponen cambios en el habla. Si fuesen cambios para embellecer el idioma, estaría bueno, pero no es así. Entiendo que hay una globalización del habla, por eso quieren inducirnos a cambiar poco a poco el castellano por el inglés; eso lo entiendo y los comprendo. Lo que aún no termino de comprender es en qué beneficia a alguien que al castellano, idioma oficial de nuestro país, se lo deba hablar cada vez peor.”

Sacando la pava del trebe agregó, como para sí mismo: “A la que no entiendo es a esa gente adulta que insiste en parecer adolescente”.

 
14 de Enero de 2.020.

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