Por Crístian Ramón Verduc
16/01/2018
“Cuidado con la palabra, que la carga el diablo”...

Dice Trullenque en la chacarera que tiene por nombre la primera frase. En dos versos octosílabos, el célebre letrista santiagueño presenta a la palabra como un arma. También podría considerar a la palabra como una herramienta, pues en general un arma es inofensiva si no se la usa, mientras que una herramienta es, además de inofensiva, muy útil cuando se la usa bien.

La palabra, escrita o hablada, es una formidable herramienta que tenemos los seres humanos para comunicarnos. Como toda herramienta, sirve para facilitar muchas acciones. Si uno se expresa con claridad, no van a quedar dudas respecto a lo que uno quiere o siente. No sabemos con certeza cuándo el ser humano comenzó a usar la palabra para expresarse, pero si no la tenía desde el comienzo de su existencia como humano, poco a poco ha ido forjando esta invalorable herramienta que nos permite convivir a partir del entendimiento mutuo.

Al expandirse la Humanidad por el mundo, los distintos pueblos han ido completando sus respectivos idiomas, posiblemente compartiendo características con los vecinos y diferenciándose cada vez más de los lejanos. Hay distintas hipótesis respecto al momento y lugar de nacimiento del habla humana, o momentos y lugares en que nacieron los distintos idiomas. El hecho concreto es que en el mundo hay miles de idiomas, cada uno con una gran cantidad de dialectos, como ramas de cada tronco; cada uno con sus sonidos, su estructura, su modo de escribir y demás particularidades, pero todos como la mejor herramienta para expresar sentimientos, deseos, relatos, etc.

Pablo Raúl Trullenque dice que la palabra es “espada de mucho filo, que hiere hasta a hermanos” y advierte: “¡Cuidado! Produce heridas que no se cierran por años.” La palabra es una herramienta, pero no debemos olvidar que hasta la herramienta más noble puede ser utilizada como un arma. Ya hubo casos de asesinatos utilizando destornilladores, palas, agujas de tejer, etc. Por otra parte, gauchos y soldados del Siglo XIX solían usar tijeras como puntas de lanzas.

La palabra es una herramienta valiosa, pero puede transformarse en un arma peligrosa cuando se usa para herir. Muchas veces se hiere con la palabra por que hay intención de herir; también hay ocasiones en que se produce el daño sin intención; ocurre, por ejemplo, cuando hay un elogio excesivo hacia alguien en presencia de otros. Ya hemos escuchado presentar a determinadas personas como “El único que hace tal cosa”… y el elogio era vertido ante gente que hacía lo mismo que el elogiado; algo similar ocurre cuando se elogia al “último” que hace tal o cual cosa, como cerrando la posibilidad de que surja alguien que en el futuro siga la misma línea o que ya esté haciendo lo que supuestamente dejaría de existir cuando deje de estar el personaje elogiado.

La palabra hiriente, espetada con toda la intención de lastimar, es generadora de conflictos inmediatos, salvo que quien abusa de la palabra esté en ese momento detentando un poder, el que le otorgará una agradable sensación de impunidad; en ese caso, el conflicto suele quedar en estado de gestación. Otro engaño en cuanto a impunidad en el uso abusivo de la palabra, es el insulto lanzado “al barrer” y poco menos que a ciegas. Es parecido a cuando algún “valiente” coloca una bomba y se aleja para ver a quiénes les toca en desgracia sufrir los efectos de su crimen. Aunque cueste creerlo por que viene de un Ser Humano, hay quienes blanden la palabra como un arma desde el anonimato, o sin precisar a quién insultan.

El micrófono es un instrumento de poder, pues otorga mayor alcance a la voz de quien lo usa. La posibilidad de publicar lo que se escribe también confiere un cierto grado de poder a quien publica, pues su palabra escrita llegará a muchos. Cuando la palabra deja de ser un instrumento de comunicación del tipo “casero” y confidencial, hay que aumentar la prudencia al utilizarla, pues corremos el riesgo de convertir a nuestra palabra en un arma terrible. Puede ser tentadora la idea de tener a mano una herramienta poderosa transformada en arma, para exponer nuestro lado triste y vengativo, pero no debemos olvidar que, tal como dice Trullenque, es una espada de mucho filo, y una característica de la espada es que tiene doble filo: Puede herir también a quien la empuña.

El quichua tiene palabras sentenciosas, como cuando repetimos el antiguo mandato que dice: Ama súa, ama llulla, ama ckella, prohibiendo el robo, la mentira y la pereza. Consecuentes con este decir, debemos obrar de tal modo que no robemos ni permitamos que la palabra sea un instrumento para el robo de la tranquilidad y la armonía, no utilicemos ni toleremos la mentira malintencionada, y no tengamos pereza de usar la palabra para beneficiar de algún modo al prójimo. Cada pueblo tiene su modo de expresarse y comunicarse, por eso es que hay en el mundo una gran cantidad de idiomas, muchos de ellos con dialectos.

Cada pueblo tiene también su territorio, cada uno con sus paisajes naturales y urbanos, más su bagaje cultural. Es poco menos que inevitable la curiosidad humana por conocer otros paisajes, otras culturas y otros idiomas. Está comprobado que el humano puede tranquilamente hablar dos idiomas y algunos más. Un caso palpable de bilingüismo lo tenemos en nuestra provincia, en la que la coexistencia del quichua y el castellano es una prueba de la integración entre invasores e invadidos, que dio origen al criollismo mestizo.

Entre nuestros coterráneos observamos que en general ocurre que los quichua hablantes naturales aprenden el castellano con bastante facilidad, mientras que entre la población que habla castellano, hay una gran mayoría que prefiere adoptar idiomas o vocabularios ajenos a nuestra tierra, mientras que al quichua se refiere como lo hace la gente de otras provincias, preferentemente de Buenos Aires.

Estamos ante una tendencia generalizada que pretende por un lado declararnos defensores acérrimos de los pueblos originarios, mientras que por otro lado hay muy pocas acciones tendientes a promover los idiomas de tales pueblos. Lo que sí nos llega con la fuerza de una espada bien empuñada es una serie de hechos para imponer cambios absurdos en el habla castellana, al tiempo que se introducen sin prisa y sin pausa palabras totalmente ajenas en el habla cotidiana.

No olvidemos que cuando un imperio quiere sojuzgar a otro pueblo, puede hacerlo por distintos medios; uno de ellos es el idioma. Cuidemos nuestros idiomas, con nuestras particularidades regionales. El quichua, el castellano, nuestro bilingüismo con sus características propias, son fuertes herramientas para oponer resistencia a los avances destructores; usemos bien estas herramientas, sin herir, sin ofender.

16 de Enero de 2.018.

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